miércoles, 13 de marzo de 2024

Stendhal y lo suyo

Su vista iba pasando casi sin detenerse en ninguno de tantos que tenía ante sus ojos. Todos la llamaban pero ninguno conseguía el efecto de acaparar su atención plenamente. Eran tantos que dudaba ante cual detenerse porque enseguida veía otro al cual dirigirse, y cuando llegaba a él, otro aparecía. Alargaba la mano con un pobre afán de decisión porque en realidad los quería todos, casi era necesidad. Pero sabía que era imposible, debía escoger.

Su figura se perdía entre las interminables estanterías perfectamente alineadas repletas de libros. El silencio era casi absoluto, lo que ayudaba a que la atmósfera fuese aún más íntima, creando un vínculo único que parecía reservado para ella en aquel magnífico lugar tan lleno de vida, y paradójicamente sin nadie alrededor. Todo llamaba su atención; los lomos de distintos tamaños, colores y material… De vez en cuando reconocía un autor, un título… Estiraba el brazo con intención de tocarlo pero rara vez llegaba siquiera a tocarlo, como si casi fuese una perversidad romper con el perfecto orden y alineación en el que se encontraban. Parecía que los libros la hablaban; se presentaban ante ella, “cógeme a mí, no te pesará…” “yo soy el que buscas...” “déjame que te cuente...” pero seguía su camino pasando de un pasillo a otro, de una estantería a otra, de un libro a otro… Su cabeza se iba llenando de palabras y, sin conocer lo que escondían en sus páginas, se formaban historias en su mente, seguramente sin nada que ver con lo que contaban pero con ganas de cogerlo y ver de qué iba; pero no podía, el de al lado la llamaba. Qué situación, era una locura. Una locura sublime, irresistible, maravillosa. Insospechadamente pareció que de uno de los tomos salía una mano que la saludaba. Lo cogió y leyó el título: “Alicia en el País de la Maravillas”; interesante se dijo y se lo llevó. Más allá otro lo silbó. Corrió hacia él y vio que era el “Don Quijote...”… y después otro hizo lo mismo, "Las 1000 y una noches"… y otro, "Moby Dick"… y "Los Tres Mosqueteros"… y otro y otro y los iba cogiendo todos mientras se quedaba sin manos para tantos…Veía a tantos personajes que la miraban, la saludaban, la sonreían en un afán de llamar su atención y la cabeza empezó a darle vueltas y el corazón se le salía del pecho, hasta que poco a poco su visión fue a negro, perdiendo la conciencia.

Una mano le tocó en el hombro suavemente haciéndola salir del estupor en que se encontraba. Estaba en la fila de préstamo de la biblioteca. Cómo había llegado allí. Se sorprendió al darse cuenta de que en su mano tenía un pequeño tomo de piel roja. Lo miró, "Rojo y Negro" de Stendhal. Recordó vagamente que había cogido muchos, pero de tantos ahora solo uno ¿por qué? y ¿por qué aquel? No tenía tiempo para pensar más, el auxiliar la miraba esperando para atenderla y la cola empezaba a refunfuñar por la demora. Se lo dio y este al ver el título sonrió y le preguntó si conocía el síndrome de Stendhal. La chica desconcertada negó con la cabeza. El síndrome de Stendhal: emociones muy intensas ante algo que nos resulta exageradamente hermoso. La muchacha se quedó sin palabras. Cogió el libro que le entregaba el chico y salió de forma apresurada mientras esquivaba las miradas del resto de los presentes y con Stendhal de la mano. Hasta ese día no conocía a aquel señor pero lo cierto es que hoy la cabeza la tenía totalmente alborotada. Era un sindiós en toda regla.

sábado, 29 de febrero de 2020

Qué palabros tan de mañana.

El galicinio estaba próximo a su fin. Pese a ello la escasa luz que entraba le provocó fosfenos y barañas. La fuerte nubarrada lo había despertado. Aspiró fuertemente el petricor que se notaba en el ambiente y se percató de que el batiente estaba abierto. Ahora entendía por qué la temperatura era fresca en el cubículo.
Se incorporó para cerrarlo girando su falleba y, al volver a la cama, se fijó en ella; en su preciosa vedija y ese aladar que parecía enmarcar su cara. Mientras la escrutaba reflexionó en cómo ambos podían ser tan distintos. El cada vez se encontraba más inveterado, más desgaritado, lo que a su vez le hacía ser más nihilista. En resumidas cuentas se sentía un avucastro total. Dónde quedó aquella bonhomía de la que todo el mundo siempre había loado. Ella, sin embargo, era todo lo contrario; muy nefelibata, nada dada a la filaucía pero sí a amoricones que él tanto parecía desdeñar. La verdad es que esa era una buena etopeya de la fémina. Y ahí siguió, mirándola casi medroso, y eso que habían pasado muchos años desde su himeneo. Pese a todo seguía adamado, más si cabe que el primer día. Inclusive cuando se ponía churrullera desde primera hora de la mañana. Pero no podía evitarlo, ella era así.
De golpe sintió un borborigmo en su andorga, tenía que desayunar. Se arrebujó con la bata y fue a la cocina mientras pensaba que ese frescor mañanero le había provocado pródromo. Debería ir al galeno, o lo mesmo ponerse algo más encima y no empezar a ayear desde tan primera hora.

Abrió la alacena pero no veía un pimiento sin ayuda. Se caló las antiparras. Tenía arbitrio de tostadas con mermelada pero por más que buscaba no aparecía el tarro. Hasta que tuvo una estupenda serendipia, un frasco de crema de cacao. Torró el pan en el tostador mientras que calentaba el moca. Una vez preparado se sentó a la mesa tomándose su desayuno con alharacas, degustando cada momento hasta que acabó. Mientras recogía las curuvicas pensó cómo podía ser tan afectado. Realmente si alguien le oyese ahora mismo podría pensar que era un cursi o un amanerado, o simplemente un melifluo. Lo cual no era cosa baladí. Aunque también llegados a este punto el oyente podría creer que solo es un zascandil, una alhaja con dientes que se la ha endiñado con esta prosa… Qué cosas, con lo transido que ha sido llegar hasta aquí.







Vocabulario
Galicinio: Parte de la noche próxima al amanecer.
Fosfeno: Sensación visual producida por la excitación mecánica de la retina o por una presión sobre el globo ocular.
Baraña: Sombra o mota que se ve por defecto de la vista.
Petricor: Olor que produce la lluvia al caer sobre suelos secos.
Cubículo: Pequeño recinto o alcoba.
Falleba: Varilla de hierro acodillada en sus extremos, sujeta en varios anillos y que sirve para asegurar puertas o ventanas.
Vedija: Esta definición queda al gusto del lector:
                1. Mata de pelo enredada y ensortijada.
                2. Región de las partes pudendas
Aladar: Mechón de pelo que cae sobre cada una de las sienes.
Inveterado: Envejecido, anticuado.
Desgaritado: Perder el rumbo.
Nihilista: Quien niega de todo principio religioso, político y social.
Avucastro: Persona pesada y enfadosa.
Bonhomía: Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento.
Nefelibata: Dicho de una persona: Soñadora, que no se apercibe de la realidad.
Filaucía: Egoísmo, amor propio.
Etopeya: Descripción del carácter, índole y costumbres de una persona.
Medroso: Temeroso, pusilánime, que de cualquier cosa tiene miedo.
Himeneo: Boda o casamiento.
Adamado: Quien ama con vehemencia.
Churrullero: Que habla mucho y sin sustancia.
Borborigmo: Ruido de tripas producido por el movimiento de los gases en la cavidad intestinal.
Andorga: Vientre o tripa.
Arrebujar: Coger mal y sin orden alguna cosa flexible, como la ropa, un lienzo, etc.
Pródromo: Malestar que precede a una enfermedad.
Galeno: médico, persona autorizada para ejercer la medicina.
Mesmo: Mismo.
Ayear: Repetir ayes en manifestación de algún sentimiento, pena o dolor.
Antiparras: anteojos, gafas.
Arbitrio: Voluntad no gobernada por la razón, sino por el apetito o capricho.
Serendipia: Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual.
Torrar: tostar
Moca: Café de buena calidad que se trae de la ciudad de Yemen del mismo nombre.
Alharacas: Extraordinaria demostración o expresión con que por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de ira, queja, admiración, alegría, etc.
Curuvica: Fragmento diminuto que resulta de la trituración de una piedra, y, por extensión, de cualquier otro material sólido.
Afectar: Poner demasiado estudio o cuidado en las palabras, movimientos, adornos, etc., de modo que pierdan la sencillez y naturalidad.
Cursi: Dicho de una persona: Que pretende ser elegante y refinada sin conseguirlo.
Amanerar: 1. Dicho de un artista o de un escritor: Exagerar en su obra rasgos artificiosos que la apartan de la naturalidad.
                2. Dicho de una persona: Hacer afectado, rebuscado y falto de naturalidad su modo de actuar, hablar, etc.
Melifluo: Dulce, suave, delicado y tierno en el trato o en la manera de hablar (sentido peyorativo)
Baladí: De poca importancia.
Zascandil: 1. Persona de poca formalidad, inquieta y enredadora.
                2. Hombre astuto, engañador, por lo común estafador.
Alhaja: 1. Joya (adorno de metales o piedras preciosas).
                2. Adorno o mueble precioso.
                3. Cosa de mucho valor y estima.
Alhaja con dientes: Se aplica irónicamente a las personas para significar que, por buenas que sean, exigen gasto para ser mantenidas.
Endiñar: Dar o asestar un golpe.
Transido: 1. Fatigado, acongojado o consumido de alguna penalidad, angustia o necesidad.
                2. Miserable, escaso y ridículo en el modo de portarse y gastar.

Si el resto no las entiendes tienes un problema.

domingo, 30 de junio de 2019

El rosa solo es un color

El muchacho había vuelto otra vez del colegio con un moratón en la cara. Era triste que por su forma de ser recibiese cada poco algún insulto e incluso, como hoy, algún golpe. Obviamente al niño le dolía todo aquello, pero parecía que, pese a todo, le iba haciendo más fuerte. Él se veía distinto en algo a la mayoría aunque por dentro se reconocía igual que al resto, tenía sentimientos como todo el mundo: reía, lloraba, tenía frío en invierno y calor en verano, hambre cada pocas horas... Igual que los demás. Pero para una parte de esos demás no lo era, y cuando no recibía de unos, lo hacía de otros.

Como siempre al volver del colegio la madre le había preparado su vaso de leche con galletas y deambulaba entre la cocina y el cuarto de estar evitando hurgar aún más en la llaga. Sabía porqué su hijo volvía muchos días triste y el golpe de la cara lo hacía más evidente. El niño tomaba despacio sus galletas mojándolas en la leche, cabizbajo, sin hablar. Cerca del niño se encontraba el abuelo que tampoco decía nada. Hacía como que leía el periódico pero miraba por encima del diario al nieto, sabía de su sufrimiento. Un hombre recio, curtido, de campo y lleno de ira por el dolor del muchacho. Le gustaría presentarse en el colegio y moler a palos a los responsables pero así no se solucionaban los problemas, así que dejó que el tiempo pasase y su nieto se tranquilizara. Tras un rato de silencio el niño se dirigió al abuelo sin dejar de mirar su vaso de leche, como si la solución a sus problemas estuviesen en él:

—Abu ¿a ti te gusta el rosa?

El abuelo tragó saliva a sabiendas de la importancia de la pregunta y se tomó unos segundos antes de responder mientras el niño seguía con su vaso de leche. Finalmente, el anciano, bajó su periódico y miró directamente al chaval:

—Hijo, el rosa solo es un color.

El niño meditó la respuesta y lentamente giró su cabeza hasta que los ojos de nieto y abuelo se encontraron. Una tímida sonrisa fue apareciendo en la cara del niño, sabía que siempre podría contar con su Abu..

domingo, 10 de febrero de 2019

Ese niño

Dicen que según crecemos, el niño que una vez fuimos, va desapareciendo. Pero ¿y si no es así? Y si sigue ahí. Y si un día mientras te estás afeitando, tratando de quitarte de encima esa barba que solo dan los cincuenta años que ya tienes, levantas la cabeza y te encuentras con la mirada de un niño, que te observa, directo. Un niño al que conoces. Y te guiña un ojo. Aquel niño que un día quería ser médico, al siguiente pirata y al otro estrella de rock. Aquel niño que tenía todo un mundo a sus pies sin salir de su habitación. Que aspiraba a todo. Aquel eras tú.

Y hoy estáis aquí. Tú y ese mocoso del espejo. Que te mira, extrañado, preguntándose qué quedó de aquello. Y le devuelves la mirada, amarga, contestándole que eso es lo que hay. Que no supiste, que no pudiste o que no te dejaron hacer más. En ese momento se te hace un nudo en el estómago y una lágrima cae por tu mejilla. Porque efectivamente ¿dónde quedó todo aquello? Y ahí, solo en ese momento es cuando el niño que tienes frente a ti te sonríe, y sin esperarlo, te suelta un soplamocos imaginario, que parece doler como si de verdad lo hubiese hecho. Y ya no sonríe. Sigue mirándote directo pero ahora enfadado, como diciéndote me has defraudado. Tú y yo no somos el mismo. Antes eramos otra cosa;  optimistas, teníamos ganas, coraje, éramos felices... Y Sigue mirándote con ganas de volver a soltarte otro sopapo. Pero ¿y qué le dices? Que la vida es como es; que, quizás, no te haya tratado mal pero no has hecho ni una décima parte de lo querías, creías, pensabas que ibas a hacer. Y ¡zas! otro soplamocos, y este sí ha dolido de verdad. Le miras sorprendido, con la mano en la cara, donde supuestamente te ha propinado la galleta. De sus ojos sale un ¡Haz algo!, no permitas que esto siga así, al tiempo que también una lágrima cae por su mejilla. Y la mirada entre ambos es infinita, de comprensión, de cariño, de amistad... y de gratitud. Sí, de gratitud. Porque ese niño apareció en el momento idóneo, en el instante de desolación del adulto. Surgió para estimular y recuperar el significado de las cosas que importan, tendiendo su pequeña mano para tirar de ti. Para salvarte del ahogo en tu pequeño océano. Para mirar en la dirección adecuada.

Hoy ya no voy solo. Llevo de la mano a aquel que fui, no sea que se me vuelva a olvidar y me pierda otra vez en el camino.


PD. Esta historia no es autobiográfica. O a lo mejor sí.

lunes, 28 de enero de 2019

Asesinato saludable

Ahí estaba él, era el punto fuerte del programa. Se habían congregado cientos de personas solo para verle. De hecho toda la feria del libro estaba prácticamente tomada por sus seguidores. Y él, como el boxeador antes de saltar al ring, a punto de salir para firmar ejemplares. Sabía cuál era la tónica: "Hola, me gustan mucho tus libros ¿me lo firmas? Sí, claro, ¿Cómo te llamas? Fulanito. Para fulanito con cariño... Hola, soy Menganita y me encantan tus historias. Para Menganita afectuosamente..." Y así uno, y otro, y otro… Pero estaba harto. Harto de que todos sus pequeños lectores adorasen al imbécil del Pascualito Trueno y sus puñeteras aventuras. Y además odiaba a los niños. Lo que realmente le apetecía era hacerle desaparecer. Él ya no era Epiménides Emanuel Cuernavaca, el que según su padre iba a revolucionar la filosofía moderna y poner su apellido en lo más alto, era simplemente el de las aventuras de Pascualito Trueno. Todavía recuerda el día que le dijo a su progenitor que le iban a publicar su primer libro; y, sobre todo, recuerda ver cómo se le saltaron las lágrimas cuando le dijo el título: Aventuras de Pascualito Trueno. Desde aquel día su padre prácticamente le retiró la palabra. Pero Pascualito Trueno pagaba las facturas a final de mes, mientras que a sus clases de filosofía comparada no iba ni Dios y su plaza estaba en la cuerda floja. Así que estaba harto. Harto de Pascualito, de la filosofía y de la mirada decepcionada de su padre. Tanto que la cosa iba a cambiar. Con todo lo que había ganado con el personaje de marras se podía retirar sin problemas. Había llegado la hora, Pascualito Trueno iba a morir. Y subió al ring como el boxeador con la sonrisa de quien se sabe dispuesto a todo. Salió con la única meta de decir ¡adiós Pascualito Trueno!

El hombre es la única criatura que rechaza ser lo que es-Albert Camus.

VI PREMIO DE MICRORRELATOS MANUEL J. PELÁEZ

sábado, 24 de noviembre de 2018

¡Ay Señor!


Don Germán se incorpora de la cama y pone los pies en el suelo. Lo primero que sale de su boca es un ¡ay Señor! Le duele todo. O será que le duelen los más de noventa años que tiene encima. Toda una vida, y bien movida. Desde muy niño ayudando a su padre en el taller. Luego vino la guerra, y se llevó por delante a su padre y a su hermano mayor. Se quedó solo con su madre y con todas las penurias que vinieron después. Así que no le quedó otra. En cuanto pudo ingresó en la academia de infantería. Sabía que si conseguía un puesto al menos no pasarían hambre. Y le costó Dios y ayuda. Porque allí no había amigos, y menos para el hijo de un humilde herrero. Pero consiguió meter la cabeza y, no solo eso, fue de los primeros de su promoción. Y por ello, una vez obtenido el empleo, consiguió una plaza. Pero era una época dura, y el ejército sabía colocar a los suyos en los mejores sitios, y ese no era el caso de d. Germán. Siempre había "hijos de" que se le colaban en los ascensos, en la obtención de mejores destinos. También era cierto que los había bien preparados, pero eran los menos. Así que tenía que luchar contra todos. Frente a esto él solo murmuraba un ¡ay Señor!

Don Germán tampoco era bien mirado por su actitud con sus subordinados. Los trataba bien, máxime cuando sabía que muchos de ellos estaban allí por obligación; que habían tenido que abandonar su casa y su trabajo, tan necesario para alimentar a los suyos. Pero la patria lo exigía. Y esa cuestión no implicaba tratarlos casi como siervos. Eran tan personas como él y eso conllevaba, al menos, ser correctos con ellos. Para ser honestos, a don Germán no le gustaba la carrera militar, ni muchos de sus compañeros y superiores. Es verdad que había de todo, como en botica, y que el ejército le había dado de comer, y él estaba agradecido. Y por ello trató de cambiar cosas dentro de él. Y algo consiguió, pero a base de pelear mucho. Y vio y vivió tanta necedad, arrogancia e ineficacia que al final estaba cansado, y sobre todo, cansado de luchar solo. Cuántas veces miró al cielo mascullando impotente ¡ay Señor!

Y así pasó toda una vida. De aquí para allá. Consiguiendo ascensos cuando ya lo habían superado todos los demás, y yendo de plaza en plaza, siempre por supuestas exigencias del servicio. Y con su madre a cuestas. Y cuando esta falleció, él ya era mayor, y se quedó solo. No se casó nunca. Su vida fue el ejército y su madre. Y al final el ejército también lo abandonó. Primero entró en la reserva y luego el retiro. Ya no le quedaba más, solo una pensión, una habitación en una residencia y un gran cansancio.

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Cuando llegó la policía se encontraron a la gobernanta del edificio ahogada entre hipos y lágrimas. Entre medias consiguieron sonsacarla que así se había encontrado al pobre don Germán tras escuchar ese horrible estampido. Que menuda tostada; él, que siempre había sido todo un señor, educado, tranquilo... y encontrárselo así. Los dos agentes se miraron dando a entender que la cosa estaba clara.  Don Germán tumbado en la cama, inerte, con un disparo en la sien y la pistola en su mano. No había más que añadir. Aun así, uno de los policías preguntó a doña Evelia si le escuchó decir algo antes del fatal desenlace. Y nuevamente entre sollozos acertó a proferir que tan solo un ¡ay Señor!

jueves, 11 de octubre de 2018

Un superhéroe en zapatillas

Cuando acabó, el corazón parecía que se le iba a salir del pecho. Los músculos doloridos de dar mamporros a diestro y siniestro. Miró alrededor y lo que vio, pese a lo impactante de la escena, no pareció impresionarle mucho. Todo estaba destrozado, y había varios cuerpos alrededor algo más que perjudicados. Se echó mano a la mandíbula, parecía que uno de esos desgraciados le había roto alguna muela. Al mirarse los puños estaban llenos de sangre. Recuperó el aliento y decidió que ya era hora de volver a casa. Esa noche su lucha contra el crimen había concluido. Salió del local con cierta premura, seguro que la policía estaba a punto de hacer acto de presencia. Llegarían tarde, como siempre. Él ya les había hecho el trabajo sucio.

Iba por calles poco transitadas, buscando el abrigo de las sombras para no ser visto hasta que llegó a su guarida, un pisito de protección oficial en las afueras. Se dejó caer sobre el sofá exhausto. Mientras tomaba una cerveza se miraba el traje, no le cabía más restos de sangre y suciedad. Suspiró y se levantó encaminándose lentamente hacia la ducha. Tras quince minutos de reparadora ducha salió despacio, recogió la ropa tirada en el suelo y fue a la cocina. Examinó las manchas del traje, sabía que aquello le iba a costar quitarlo. Aplicó el detergente sobre la mancha y lo metió en la lavadora. Si había algo que siempre odiaba de aquel trabajo era precisamente el después. No ganaba para trajes. Llevaba ya tres en lo que iba de año y la subvención de superhéroe del ministerio todavía no había llegado. Se rió de su propio chiste. Ojalá le diesen una subvención. En cualquier caso tendría que cuidar un poco más el uniforme. A ver cómo le decía a los malos que tuviesen cuidado, que no se lo manchasen. No era serio. En fin, pensó que mejor iba a dedicar su esfuerzo inmediato, aunque le doliese todo, a prepararse una buena cena. Tenía que amortizar las clases de cocina de los martes y jueves. Y mañana se dedicaría a limpiar la casa como hacia todas las semanas, porque la lucha contra el crimen no estaba reñida con tener una casa decente.