martes, 14 de junio de 2016

La playa

Se había quedado prácticamente solo en la playa. Sentado en la orilla, viendo como las olas iban y venían rompiendo suavemente sobre sus pies. Aunque el sol se había puesto, las últimas luces del día luchaban por no desaparecer. Una agradable brisa marina le hacía encontrarse a gusto después del calor del día. No pensaba en nada, simplemente se dejaba llevar por el momento, por las sensaciones que le transmitían el tacto de la arena, el roce del agua y el aire en la cara. Pero lentamente una imagen fue apareciendo en su mente. Otro instante ya lejano, un recuerdo grato, similar al que vivía en ese momento, pero con alguien entre los brazos. En aquel entonces el sentimiento era mucho mayor, pleno de matices; sensaciones tan diversas y todas a un tiempo difíciles de describir. Y sin ganas de hacerlo, solo de sentir. Porque el tiempo pasa y con él la experiencia vivida, y como tal no hay que dejarla escapar.

Cuarenta años de aquello y parece que fue ayer mismo. La misma postura, sus brazos rodeando el cuerpo de él, el pecho en su espalda, el olor de su nuca, la arena, el mar y la brisa. Todo igual. Pero no, nunca será igual. Siempre faltará el. Podría haberle dicho que se quedara, que quería saber lo que podría venir después, si habría algo más, mucho más, o si simplemente algo sencillo entre dos con ganas de vivir. Pero le dejó marchar. Y allí estaba, recordando y llorando la ocasión perdida.

La noche había impuesto su oscuridad solo rota por la tenue iluminación del alumbrado proveniente del paseo. Aquellos recuerdos se agolpaban en su memoria. Aunque ahora el sabor era agridulce. Eran otros tiempos, y aquella conducta despreciable. Pero solo era algo hermoso entre dos personas que se amaban. Y pudieron más las consecuencias que lo que había entre ellos.

Aquella noche de hace cuarenta años se miraron a los ojos sabiendo que era la última vez. Sabiendo que tendrían que olvidar todo aquello; pero allí estaba él recordando y llorando la ocasión perdida de haber sido feliz.