jueves, 2 de junio de 2016

Un pintor y una modelo

—Hola, soy Cris. Me manda tu amigo Antonio— dijo ella con una sonrisa franca mientras le miraba desde el rellano
—Hola, claro. Sí, pasa pasa— contestó torpemente él —perdona el desorden pero últimamente no tengo tiempo para nada— a lo que ella contestó encogiéndose de hombros.

Entraron en una sala amplia, muy luminosa, de altas paredes de los que colgaban decenas de cuadros de todos los tamaños. Todo estaba desordenado. Varios caballetes diseminados por la habitación en los que había lienzos con pinturas al óleo a medio terminar. Diversas mesas de madera convenientemente colocadas y todas atestadas de botes de pintura, disolventes, frascos vacíos, otros llenos de pinceles. Un perchero enorme en una esquina con todo tipo de ropa colgando de él. Sillas pegadas a la pared. Y en el centro un sillón.

—Ya te contó Antonio en consiste el trabajo ¿no?
—Sí, algo me dijo de que eras pintor y necesitabas a alguien que posase. Porque ¿solo es eso? No hay nada más, espero.
—No, en absoluto— balbuceó el pintor. —Simplemente estoy haciendo una serie sobre desnudos femeninos y necesito modelos de los que copiar al natural— y miró al suelo completamente ruborizado. Era evidente que la chica le intimidaba. —Solo es eso, pero si en cualquier momento no te encuentras a gusto puedes irte. Y te pagaré por adelantado, aunque luego te vayas. No hay problema.

La chica dejó de mirar alrededor suyo y fijó su mirada en él. El pintor no sabía qué hacer, miraba a sus ojos, los desviaba, volvía a ellos. Realmente estaba claro que le intimidaba. Y ella se había percatado.

—Bien ¿cómo lo hacemos?— interpeló la mujer.
— ¿Co... como que cómo lo hacemos?— contestó nervioso el artista.
—¿Que qué quieres que haga? ¿Me desnudo y ya está? ¿Me tengo que poner de alguna forma? No sé... tú mandas.
—Sí, claro, es verdad. Pues si quieres desnúdate. Puedes dejar la ropa en una de esas sillas y siéntate aquí, en el centro, y ya veremos qué posición adoptas.

Ella se fue desvistiendo y colocando su ropa con cuidado cuando él le dijo:
—Si quieres déjate los pantalones. Creo que voy a hacer un primer estudio de cintura para arriba. Y mejor ponte en esta silla con el respaldo hacia adelante, por favor.

Ella se acercó a la silla que le había señalado tapándose pudorosamente los senos. La altanería inicial había desaparecido de sus ojos. Pintor y modelo se encontraban igual de cohibidos.
Se sentó como él había indicado. —¿Así te parece bien?— Apoyó su pecho en el respaldo de la silla, los brazos por encima del mismo y su cabeza en ellos. La estampa llamó la atención del pintor.
La observaba desde atrás. La melena rubia caía sobre su espalda de piel clara, y los pantalones vaqueros daban forma a una figura rotunda.
Cogió apresuradamente un cuaderno de grandes proporciones y unos carboncillos, su mente empezaba a trabajar y necesitaba plasmar en el papel cuanto veía. Su mano trabajaba rápidamente, parecía que en cualquier momento la inspiración se desvanecería y quería dejar constancia de todo cuanto se le ocurría.
El artista no la quitaba ojo, había algo distinto en ella, algo que despertaba su curiosidad. Pero eso no sabía ni podía plasmarlo. Dejó a un lado el cuaderno, no terminaba de expresar lo que ansiaba, y fue rápidamente a por un caballete que arrastró con estrépito. Ella se volvió con extrañeza, realmente era un tipo raro. E inmediatamente él casi gritó un "no te muevas" que sobresaltó a la muchacha y que solo sirvió para que ella se levantase y se encarase con él.
—A mí no me grites— le dijo en un modo contenido pero dejando todo claro.
El hombre agachó la cabeza al tiempo que se ruborizaba. Lo último que quería era que se enfadase. O, lo que era peor, que se marchase.
—Lo siento, lo siento. De verdad— masculló —es que esa postura era la que quería.

Ella lo miró a los ojos pero seguía con la cabeza agachada. No podía verle. Parecía avergonzado por su forma de hablarla y ella se dio cuenta.
—Bien, volveré a esa posición y trataré de no moverme. Pero no me asustes, por favor.
Él asintió con la cabeza y volvió al caballete hasta ponerle en el emplazamiento que quería. La situación pareció relajarse.

Cogió un lienzo en blanco y lo preparó adecuadamente. A continuación tomó los tubos de pintura que fue distribuyendo sobre una paleta. Todo lo hacía nerviosamente, parecía que se le escapaba el tiempo. Y todo ello sin quitar el ojo a aquella espalda, a aquella cabeza de medio lado, y a esa melena que tapaba unos ojos que sabía pendientes de todos sus movimientos.
Comenzó a esbozar, casi de forma violenta, trazos rápidos. Los ojos iban y venían de la modelo al lienzo y viceversa. Se movía impetuosamente. Sus ojos demostraban una excitación que parecía perdida, un resurgir de algo escondido en su interior y que pugnaba por salir. Pero cuanto más pintaba, más parecía que se le escapaba esa posibilidad. Hasta que estalló de ira y empujó lienzo y caballete al suelo.

La muchacha se sobresaltó y se puso en pie. El pintor se fue hacia un rincón totalmente desconsolado mientras se tapaba la cara con ambas manos y musitaba —Lo tengo delante y no soy capaz, no soy capaz— y siguió apoyado contra la pared.

La chica le miraba sin saber qué hacer. Finalmente se acercó a él y le puso la mano en el hombro. Al sentir su contacto ambos se sobresaltaron pero no se despegaron.
Al cabo de un tiempo ella le preguntó afectuosamente —¿Puedo ayudarte?
Y él se echó a reír —¿Más? ¿Puedes ayudarme más? Tengo delante cuanto he ansiado en todo este tiempo y tú me preguntas eso. Me lo has dado todo, en solo unos instantes, pero yo no soy capaz de sacar de mí lo que necesito. Eres la musa perfecta pero yo no soy el pintor idóneo. Te veo y sé que eres tú a quien deseo pintar, pero no poseo la capacidad para retratar lo que hay dentro de ti.

Ella se volvió hacia el caballete que estaba en el suelo y lo puso en pie. Después hizo lo mismo con el lienzo y lo colocó en su sitio. Se alejó unos pasos para poder admirar el cuadro. Mientras, él la miraba hacer. La veía de pie frente a la pintura, examinando curiosa, con los pechos al aire y los pulgares colgando de los bolsillos de su pantalón. Era hermosa. Pero había algo más en ella. Ya no era una jovencita pero tenía un atractivo innegable. Las ondas de su pelo rubio caían sobre su cara, haciendo que sus ojos quedasen parcialmente tapados. Realmente era preciosa.
Pero no era nada de eso. Su rostro, y sobre todo sus ojos transmitían calma. Y eso era lo que él veía, lo que trató de llevar al lienzo. Y no sabía cómo.

De pronto ella fue hacia él y le tendió la mano. Él se sintió confuso pero la tomó confiadamente.
—Ven, vamos a ver lo que falla— fueron al caballete y se pusieron a mirar el cuadro.
Así estuvieron largo rato. Y, mientras, las manos siguieron entrelazadas. Estaban a gusto. Ninguno de los dos sabía por qué pero se encontraban relajados. Parecía que se conocían desde hacía tiempo, y sin embargo solo llevaban juntos unas pocas horas.
Un rato después, la chica se dio cuenta que él no miraba al cuadro, sino que la estaba contemplando a ella. Y se ruborizó.
—¿Qué miras? Fíjate en el cuadro para caer en la cuenta de lo que está mal.
—El cuadro no está mal. Simplemente que es imposible plasmar lo que tú irradias.
Ella lo escudriñó en un intento por saber el alcance de sus palabras. Sus ojos estaban tan fijos en los de él que le obligó a bajar la mirada. No sabía cómo actuar con ese hombre. Y sin embargo tenía algo que le gustaba. Alargó el brazo hasta tocar su barbilla con la mano levantándole la cabeza. ¿Qué había tras esos ojos tan... tan... perdidos?

—Coge tus pinceles. Tienes trabajo— le dijo con una sonrisa vivificante mientras volvía a la silla y adoptaba la pose anterior; y añadió con vigor —Déjate llevar, tenemos todo el tiempo del mundo.
El artista la miraba embobado pero en sus ojos había una chispa distinta. Ese algo que antes intentó salir y que se diluyó con un ataque de ira volvía a hacer acto de presencia.

Agarró de nuevo sus pinceles, quitó el lienzo usado y puso uno nuevo. Observó el blanco de la tela como si fuera un muro que le separaba de su creación, pero ahora una sonrisa se iba dibujando en su cara. Volvió la vista a la modelo y ante sus ojos vio cuanto necesitaba. En ese momento comprendió lo que tenía que hacer.

                                                                                                      Publicado el 30 de diciembre de 2015